PRÓLOGO
La poesía se levanta de las páginas. ¿Cómo habría sonado El Cuervo en voz de Allan Poe? ¿Y la Ofelia recitada por Rimbaud? ¿En qué lugar quedaron las sonoridades?
La palabra fue primero pensada, articulada, luego escrita. El fonógrafo recogió las voces y en los surcos de su luna negra se pudo vivir la íntima resonancia de la poesía. Tenemos al alcance del oido a Borges no disipado en el silencio, a Rulfo, a Cortázar, Neruda, Gerbasi, Montejo, entre tantos muchos que susurraron ante la tecnología la sutil sustancia de su poesía.
Aquí en nuestra aldea esplendente los poetas siguieron el ejemplo. Dejan para uso público la intensidad del instante. Once poetas se atrevieron a conservar el hálito vuelto ahora perennidad. Así escapamos del hieratismo en lo tecnológico y hacemos que de él emerja su mejor cara. Gutemberg no perecerá por esta "trasgresión bibliográfica", por el contrario, se reafirma en su condición de soporte triunfante.
La voz de los poetas -a decir de César Tovar-, la voz viva de la humanidad.